Un áspero debate ha surgido en Washington en torno al robo y manipulación de información (hacking) que Rusia ha llevado a cabo respecto al proceso presidencial en Estados Unidos. El debate está centrado en si Rusia, cuyo hacking es ya un hecho probado, contribuyó al triunfo electoral del republicano Donald Trump. Con ello, además, selló la derrota de la demócrata Hillary Clinton.
Para el presidente electo de Estados Unidos, la CIA y sus ahijados son unos inútiles que no saben de lo que hablan. También los ha descalificado señalando que son los mismos que le aseguraron al presidente George W. Bush que Sadam Huseín poseía armas de destrucción masiva. Y eso corrió como el fuego en el Capitolio y el Pentágono. Notemos, además, que Trump se ha negado a recibir los informes mañaneros de la Inteligencia estadounidense, los cuales han rodado hacia el vicepresidente electo, Mark Pence. Él, Trump, recordemos que sabe más que cualquiera.
Entre tanto, el Comité de Asuntos Exteriores del Senado se perfiló para algunos legisladores como el foro idóneo para discutir el grueso expediente de las andanzas rusas. Varios senadores se opusieron movidos por la inquietud de que el proyecto era para bajarle el piso a Trump. Ya el lunes hubo propuestas para que otros comités analizaran el copioso legajo. Así, el senador republicano John McCain, un legislador mejor catalogado como independiente, sugirió que el avispero sobre los enredos rusos podría ser examinado en el Comité de Asuntos Armados que él preside. A su vez, hubo cierto consenso en hacer una revisión general de los intríngulis del Kremlin en Estados Unidos. General es la palabra operativa.
En cualquier caso, para quienes ponderan estos textos doctrinarios, los actuales así como los potenciales conflictos internacionales ameritan la atención constante del nuevo mandatario. El menú es espeso pues va desde el precepto de “una China”, seguido por la anatomía subversiva de Pekín hasta el dolor de cabeza de Corea del Norte y los múltiples conflictos en Asia y África. Latinoamérica ni siquiera aparece en la primera división. Eso, suponemos, vendrá más adelante.
No menos crítica es la designación del secretario de Estado, estancada por los agitados tifones del traspatio de Trump. Las preferencias del novel presidente se enderezan por la vertiente militar-ejecutiva y los candidatos son gente prominente. El escollo óptico de quien pareciera llevar la delantera, Rex Tillerson, el supremo de Exxon, es su cercanía con el presidente ruso Vladimir Putin. Quizás este próximo fin de semana sea el portador de soluciones para los enigmas que aquejan a Trump.