Tres países, dos de ellos gobernados por partidos comunistas y el otro por un exagente de la KGB soviética, intentan sacudirse la imagen de corruptos. En China, la novela pasional en torno a Bo Xilai y su esposa Gu Kailai, acaudalados aristócratas del orden comunista, culminó con el asesinato de un asesor británico y un escándalo que desnudó el tráfico de influencias en las cumbres del poder chino.
En Vietnam, la hija de un poderoso miembro del politburó del Partido, apenas salida de la adolescencia y con título de periodista, resultó ser gerente de una importante empresa estatal de construcción. Ojos curiosos escudri-ñaron las nóminas del frondoso sector público y, gracias a Internet, se desató un escándalo por el abismo de desigualdad que separa al pueblo de la prosperidad y el boato de las alturas del Partido omnipotente.
En Rusia, el jefe máximo, el presidente y zar Vladimir Putin, se ve agobiado diariamente por un creciente cúmulo de denuncias sobre la fortuna que ha acumulado y su exuberante estilo de vida. Flotillas de lujosos autos, aeroplanos ejecutivos para viajar a los cuatro rincones del globo, castillos resplendentes para todas las estaciones del año, su colección de relojes que rebasa el millón de dólares, cuentas bancarias personales con miles de millones de dólares nutridos por sus haberes en petróleo y gas natural, y,¿para qué seguir detallando?
Lo más interesante es que en estos paraísos del proletariado, poco a poquito se han abierto espacios para ventilar las patologías de los respectivos Gobiernos, lo que, sumado a las maravillas de navegar por la red, plantea desafíos inéditos para los regímenes en cuestión. En todos ellos, los intentos de los Gobiernos por recoger velas han provocado disturbios políticos cuyo impacto ha sido multiplicado por la red.
En Rusia, además, hay un Parlamento con partidos de oposición a Putin y con acceso a una multiplicidad de medios que usualmente desnudan para el público los complicados recovecos de algunos asuntos de Estado.
En China, si bien todo lo oficial es nominalmente tras bambalinas, no dejan de filtrarse novedades para un público ávido de detalles. En Vietnam, con una estructura formal similar a la china, la fuga de información ha sido mayor, como un chorro imparable. Sobre todo, le ha interesado al público el mapa de los hijos de los encumbrados y sigue con avidez su trayectoria, incluida la hijita del recién designado primer ministro en 2006 que resultó ser presidenta de un banco de nota.
Desde luego, tanto en China como en Vietnam, de unos años para acá se ha incrementado la curiosidad de los de abajo que quieren evaluar las políticas promovidas por los de arriba y, en particular, las metas sobre igualdad social. El divorcio entre esas metas y la realidad que cada día se hace patente, causan el rechazo de los de abajo y, parejo a ello, la deslegitimación de los de arriba.
Y, ¿cómo evitar o amortiguar ese distanciamiento entre ambos? En tiempos antiguos se recurría a contentar a los quejosos con la receta de pan y circo. Esa posibilidad en la China y el Vietnam de hoy sería apretar el gatillo para que estallen motines.
Esta pugna explica en mucho el lento progreso, pero progreso al fin, en el ámbito de las libertades fundamentales. En China, mucho más que en Vietnam, el aparato de seguridad disponible para la jefatura del Partido permite apretar preventivamente las clavijas de los líderes de disturbios. Con todo, sería una salida tibia y temporal en una confrontación que, paso a paso, eventualmente se resolverá en favor de los de abajo.
En Rusia, el panorama es diferente, pero el resultado promete ser, en algún momento, favorable a los gobernados. Por ahora, el Parlamento es la arena de los combates. Por ejemplo, el Gobierno ordenó recientemente una investigación de las actividades mercantiles de un miembro de la oposición en la Duma que es crítico enérgico de Putin. Acto seguido, del seno de la oposición ha saltado una contrainvestigación de legisladores de la bancada oficial de quienes se posee información sobre jugosos negocios con el Estado.
Sin embargo, la capacidad de Putin para tornar la vida de sus adversarios en un infierno ha sido y sigue siendo notoria. Uno de esos enemigos paró en una celda carcelaria condenado a una pena inacabable. Otros han encontrado la muerte envenenados. Algunos periodistas críticos de Putin y sus políticas han muerto asesinados. En fin, criticar a Putin en Rusia es una empresa de altísimo riesgo.
Con todo, no podemos perder de vista los recientes comicios generales en Rusia, en los que Putin y su partido sufrieron una pérdida importante de caudal en las urnas. También se reportaron anormalidades en la votación, todo lo cual genera la duda de si Putin resistirá el embate de una oposición mejor organizada, ya sea mañana o pasado.
Ese pareciera ser el pronóstico inescapable para regímenes autoritarios, de cara a un mundo que les impone eliminar las barreras con que excluyen de la fiesta a los menos favorecidos.