Si Fidel ha muerto, o si continúa vivo y en qué condiciones, es ciertamente algo que solamente un pequeño y cerrado círculo de allegados conoce. El secretismo constituyó un aspecto esencial del modelo soviético que, precisamente, ha moldeado a la satrapía cubana en sus casi cinco décadas de existencia. Por ello, y como ocurría antaño cuando se intentaba descifrar acontecimientos en el Kremlin, resulta hoy indispensable recurrir a indicios y detalles para tener idea de lo que realmente sucede en la cúpula de La Habana.
Los kremlinólogos, ante la desaparición--real o supuesta--del dirigente máximo, fijaban su atención en cuáles miembros del Politburó eran o no mencionados en los comunicados oficiales. Los analistas volcaban sus ojos sobre quiénes, y en qué orden, asistían a funerales y otros actos protocolarios. También medían el tiempo que transcurría entre los rumores de la muerte del jerarca y la publicación de la noticia con el objetivo de valorar el grado de consenso en torno a un heredero.
Muerte oficial. En este sentido, el fallecimiento de Stalin, en marzo de 1953, tardó en hacerse público varios días, al cabo de los cuales, tras una serie de boletines médicos que informaban de la grave enfermedad que aquejaba al gobernante, se anunció finalmente la muerte. Hubo también atrasos en enterar al público del fallecimiento de Brezhnev. Por una ruta similar, pero más prolongada, pareciera enrumbarse la transición del mando en Cuba.
La lectura por televisión de la proclama o testamento político de Fidel, el 31 de julio último, estuvo a cargo de un burócrata anónimo, no del mismo Fidel quien, dada su monumental egolatría, de estar capacitado para firmar "de puño y letra" el documento, también habría comparecido a la televisión personalmente. Asimismo, aunque el texto delegó en Raúl Castro los poderes omnímodos de su hermano, lo hizo en forma provisional para, seguidamente, nombrar ciertos legatarios con funciones específicas de suma importancia que, en consecuencia, quedaron excluidas de la herencia familiar.
La tarea más importante, la de obtener recursos para los programas de salud, educación y energía, fue encomendada a tres funcionarios: el vicepresidente y rector económico del régimen, Carlos Lage Dávila; el presidente del Banco Central, Francisco Soberón Valdés; y el ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque. Con excepción del segundo, los otros dos han sido insistentemente mencionados para integrar, junto con Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional, un triunvirato con el cual Raúl compartiría el poder. Curiosamente, Alarcón quedó fuera del testamento, quizás debido a su edad--69 años--o para que no opacara a Raúl. Lage es una especie de superministro financiero, muy involucrado en las relaciones con Venezuela, principal mecenas del régimen. Por su parte, Soberón es un tecnócrata gris que representa al aparato partidista. Y al joven Pérez, conocido como Felipito, se le atribuye como único mérito su servilismo con Fidel, el cual, además, le valió la cancillería a expensas de Alarcón, con mayor experiencia y brillantez.
Figuración. La ausencia de Fidel, aunque se le denomine temporal, fue intuida hace pocos meses por la súbita figuración de Raúl en los medios de comunicación. Raúl, a quien se le achaca una amplia gama de problemas personales, siempre se mantuvo a la sombra de Fidel y lejos de la prensa. Haber emergido de manera tan prominente llamó la atención de los observadores. Incluso, en junio último, Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, le dedicó un extenso reportaje. Cualidades como la compasión han menudeado en las alabanzas a Raúl, extrañas a la luz de una larga y cruenta trayectoria como verdugo del régimen, empezando con el paredón y, desde entonces, encargado de las purgas oficiales. Hasta la fecha, el ungido no ha dado la cara en público.
Esta constelación apunta a que el octogenario Fidel está separado del juego político, no por "unas semanas", sino de una manera permanente. Su retiro, si es que realmente no ha muerto, obedece a factores de mayor gravedad que la alegada cirugía intestinal. En Was hington se habla de Parkinson, demencia y cáncer avanzado. En todo caso, e independientemente de la personalidad de Raúl o las habilidades del cuarteto que ha tomado el poder, una creciente corruptela se nota en los cuadros burocráticos y, al igual que en la antigua URSS, augura acelerar el colapso del régimen.
Museos. Poco tiempo después de la disolución de la URSS, en 1991, las autoridades rusas, en un afán de reducir gastos y, de paso, borrar las huellas del comunismo, consideraron vender la momia de Lenin, expuesta en un mausoleo en la Plaza Roja de Moscú. La idea era subastarla entre museos occidentales y adjudicársela al mejor postor. Ya no podían incluir en el paquete la momia de Stalin, porque en el proceso de desestalinización promovido por Jruschov, fue retirada de la Plaza Roja para ser enterrada en un cementerio lejano. Un comentarista europeo, en una nota humorística, propuso que, además de museos, algunos circos internacionales también fueran invitados al remate. Al final, el entonces presidente, Boris Yeltsin, decidió no mover a Lenín de la Plaza Roja para evitar controversias en el Parlamento.
Desde luego, cabe preguntar qué hará la cúpula habanera cuando llegue la hora del funeral de Fidel. ¿Será momificado, tal como lo fueron Lenin y Stalin? ¿Será exhibida la momia en un mausoleo especial en la Plaza de la Revolución? Y, al caer el régimen, lo cual es en realidad muy probable, ¿qué pasará entonces con ese resabio del extinto comunismo?