Las recientes noticias sobre el establecimiento de zonas de libre comercio en Corea del Norte han recibido escasa atención internacional. Posiblemente, la poquísima credulidad del régimen norcoreano y, últimamente, acontecimientos de mayor envergadura en otros puntos del globo, han opacado esas novedades.
Sin embargo, no debiera minimizarse la magnitud histórica de la empresa que se ha puesto en marcha. Con el patrocinio de China e inversiones iniciales cercanas a $3.000 millones, que incluyen un moderno puerto, ferrocarriles, carreteras y otras obras de infraestructura, el ambicioso plan parece estar caminando en serio y de la mano con Pekín.
Recordemos que la endémica crisis económica de Corea del Norte, esporádicamente determinó en el pasado la formulación de programas para atraer más comercio e inversiones foráneas. No obstante, estas tratativas no avanzaron.
En realidad, tales proyectos eran concebidos con el fin que Pionyang pudiera proseguir su carrera armamentista en alta velocidad y, con tal fin, paliar la situación misérrima de su población, sobre todo la hambruna prevaleciente. Dicho de otra manera, la industria militar ha sido prioritaria para el régimen, sin importar el alto costo en muertes, sobre todo de niños, causadas mayormente por la inanición.
Esta dinámica explica la poco disimulada ayuda alimentaria que Pionyang exige de manera continua y que es mayormente satisfecha por China, Corea del Sur, y la alianza capitalista del Oeste. Entre tanto, la dirigencia persiste en producir armas, incluidas las nucleares, cuyas exportaciones sufragan más armamentos y el lujoso estilo de vida del enfermizo Kim Jong-il y sus retoños. Cuando se requiere aumentar las cantidades de alimentos importados, como ocurrió hace poco debido a las malas cosechas, Kim ordena provocar alguna crisis, método que ha devenido en la señal inconfundible de una petición de mayor ayuda.
La pregunta obligada es por qué tan solícitos los donantes. Principalmente, por el temor de una desestabilización en Corea del Norte y el peligro que correría, en tales circunstancias, el arsenal de ojivas nucleares y un sinnúmero de avanzados armamentos que podrían acabar en manos de terroristas cuya amistad no esconde Pionyang.
En este contexto, debe destacarse el papel de Pekín como máximo benefactor y guía de los militares que mandan en Corea del Norte. Esto empezó a ser patente en la lucha armada de los años cuarenta de la posguerra, cuando Estados Unidos y sus aliados acuerparon el Sur democrático que estaba siendo atacado, en tanto China suplió el grueso de los combatientes del Norte comunista.
En esa época, Mao Zedung incluso consideró utilizar su poderío atómico en caso de una invasión estadounidense de su territorio.
Desde ese entonces, Pekín ha seguido muy de cerca las acciones de los inquietos súbditos de Kim Ilsung primero y ahora de su heredero Kim Jong-il. Este último, quien padece de una serie de dolencias que lo mantienen a las puertas del sepulcro, ya designó como sucesor a uno de sus hijos. No pasó inadvertido, poco después, el viaje a China que emprendió Kim con su joven delfín.
Fue obvio que la gira tenía como propósito obtener el visto bueno de los chinos y establecer para el heredero los canales de comunicación con su patrocinador supremo.
Temor chino. A Pekín no le han perturbado, dentro de ciertos márgenes, las travesuras belicistas y nucleares de Kim, pues así mantiene ocupados a Washington, Corea del Sur y Japón.
Esa mirada complaciente, sin embargo, no oculta el temor chino de una agitación norcoreana capaz de arrojar miles de refugiados a su territorio, con la posible consecuencia adicional de provocar turbulencia en las poblaciones fronterizas.
Años atrás, Corea del Norte planteó algunos proyectos de zonas comerciales que no generaron entusiasmo entre los rectores en Pekín, temerosos de que dichos planes podrían desviar inversiones críticas destinadas a los polos de crecimiento urbano en otras regiones.
Ahora, con una economía más robusta y el éxito desarrollista visible en la urbanización de extensas áreas del interior, los chinos han cobrado conciencia de la necesidad de inyectar alguna mejoría en el vecindario fronterizo compartido con Corea del Norte, un potencial hervidero de sublevación obligada por la pobreza.
Sin embargo, lo más interesante es el método que Pekín ha escogido para favorecer a los norcoreanos y las poblaciones en ambos lados de la frontera.
China, forjada por Mao y por tanto tiempo usina de radicalismo antioccidental, le receta ahora a los discípulos del finado déspota Kim Il-sung, una sobredosis de capitalismo.
Preocupada por el posible impacto de una Corea del Norte pobre e inestable, China le predica hoy a su vecino las ventajas prácticas y el reconfortante bienestar del sistema de mercado. Y, con el auxilio de Pekín, Corea del Norte podría encontrarse a las puertas de una nueva era económica.
Esperemos que esta extraordinaria lección se concrete y rinda dividendos de paz y libertad.