La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, recuperándose apenas de las enfermedades que la han mantenido refugiada en su residencia oficial, sufrió el domingo un severo revés electoral. Ahora, el pesar de estos días seguramente ha acentuado su depresión anímica. Quizás le vengan a la mente los cantares bonaerenses, sobre todo aquel tango de Gardel que lamenta "y ahora, cuesta abajo en la rodada ".
Sin embargo, no es fácil descontar la férrea personalidad de doña Cristina. La súbita muerte de su esposo, el presidente Néstor Kirchner, la puso en el trono real argentino. Asesorada por la maquinaria kirchneriana y pasados los días de duelo, Cristina tomó el timón del país, confiada en que marchaba por las sendas trazadas por su esposo que le habían deparado popularidad y ampliado sus horizontes políticos.
Recordemos que la bonanza argentina, alentada por la pujanza del agro, comenzó a mostrar decaimiento por la crisis económica mundial del 2008-2009. En particular, hay fenómenos conexos que han socavado la prosperidad argentina. Uno fue y ha sido la inflación de precios, que se ha acelerado al punto de que actualmente ronda, según consultorías privadas, el 25% anual, número correspondiente a enero-setiembre del 2013, que contrasta con las cifras oficiales que se aferran al 10%. Como usualmente ocurre, la inflación galopante intranquiliza a la ciudadanía.
Las discrepancias entre la contabilidad del Gobierno y la más realista que el público conoce gracias a las firmas consultoras privadas, llevaron en su momento al Fondo Monetario Internacional a sancionar a las autoridades argentinas.
Algunos meses atrás, la presidenta recurrió a una medida que ha sido herramienta de gobiernos que pretenden permanecer al margen de las libertades económicas: el control de precios. Cristina impuso controles sobre más de 500 productos de primera necesidad. Como debía saber la presidenta, eso no frenó el alza general ni los precios de los artículos básicos.
Parejo a este fenómeno inflacionario, el mercado cambiario apunta a una crisis. Las reservas decrecen con inusitada rapidez y las autoridades se aprestan a devaluar. Los recursos bancarios se han precipitado a la deriva y las reservas internacionales sufren el castigo inclemente del pago de intereses sobre las obligaciones foráneas y la adquisición de combustibles. Las manipulaciones del Gobierno con la producción y comercialización del petróleo no vaticinan tampoco nada positivo para Argentina.
El peso de estas opacas circunstancias gravita inclemente sobre la cúpula del gabinete de Cristina y, especialmente, la nomenclatura cobijada por el hijo de la mandataria. Venezuela es un país que viene al caso y que cuenta con la gratitud de Cristina por los favores financieros brindados de emergencia. Los bonos por millones de dólares que la familia Kirchner obtuvo de Hugo Chávez para cumplir obligaciones con el Fondo Monetario Internacional, así como la cornucopia brindada a la campaña presidencial de Cristina, muchas veces en maletas y por vía aérea desde Caracas, también pesa en el ánimo de la mandataria argentina.
Hay además en Buenos Aires numerosos capítulos de favores brindados a déspotas afroasiáticos, y últimamente a Irán, que han impactado negativamente la perspectiva de antiguos amigos de Argentina, entre ellos Estados Unidos, la Comunidad Europea e Israel.
Sin embargo, las elecciones legislativas del domingo dominan el abatido corazón de Cristina. "¿Qué creen los codiciosos de las barriadas porteñas que abandonaron nuestros navíos? Y ¿qué pensarán las aves de rapiña de Washington y sus súbditos latinoamericanos?".
Con todo, debemos recordar que Cristina es una mujer de tesón. No podríamos, entonces, asumir que esto perfila necesariamente el adiós político de la Kirchner. ¿Será tan solo un hasta luego? Veremos que ocurre entre tanto en Buenos Aires.