Perú ofrece hoy día una clara historia de éxito en Latinoamérica. A lo largo de las últimas dos décadas, este país ha conjugado su dinamismo económico con sólidos avances en la reducción de la pobreza, el desempleo y la desigualdad. Mejoras en estabilidad y control de la inflación, la reducción del déficit y la deuda pública, y la apertura al comercio y la inversión, han alentado un entorno favorable para la iniciativa empresarial.
Este desarrollo ha fortalecido su competitividad (en los últimos tres años subió 11 escalones en el índice respectivo del Foro Económico Mundial, llegando al puesto 67 y pisándonos los talones) y generado notables frutos socioeconómicos.
Los logros de la nación andina en los últimos tres lustros son especialmente elocuentes. El crecimiento promedio anual ha sido de un 5% entre 1995 y 2011. En ese mismo lapso, las exportaciones pasaron de $5.491 millones a $46.268 millones, mientras las importaciones crecieron a un ritmo menor. A su vez, las reservas internacionales pasaron de $6.640 millones en 1995 a $48.816 millones en 2011, en tanto la inversión extranjera se triplicó en la última década, llegando a $7.300 millones el año pasado (contra $2.156 millones en el 2002).
Este crecimiento sostenido ha conllevado notables beneficios sociales. La pobreza se redujo en una tercera parte entre 1997 y 2010 (de 47,5% a 31,3%), y la pobreza extrema bajó 60% en ese lapso. Asimismo, ha habido un aumento continuo en el empleo, al tiempo que la desigualdad, medida por el coeficiente de Gini, se ha reducido un 16% en ese mismo período. No en vano ha surgido una vigorosa clase media peruana.
Riesgos políticos. La gran pregunta es si Perú no se verá descarrilado de esa ruta exitosa debido a factores políticos. El riesgo que más preocupa estriba en que los antecedentes socialistas y estatistas del pensamiento del presidente Ollanta Humala, expresados por el mandatario durante muchos años, terminen aflorando y den al traste con los avances citados.
Es cierto que para poder ganar las elecciones Humala se vio obligado a atemperar sus posiciones más radicales y que en los 10 meses que lleva en el poder no ha atentado contra el modelo imperante. Pero el temor de muchos analistas es que se trata de un "chavista en el clóset" y que conforme se afiance en la silla presidencial, ceda a las tentaciones populistas y autoritarias tipo Chávez. Por cierto, el presidente venezolano lo ha apoyado irrestrictamente en sus campañas.
A este respecto, la prematura salida del primer jefe de gabinete de la administración Humala, Salomón Lerner, a solo cuatro meses de iniciado el mandato, encendió una primera luz de alarma sobre enfrentamientos internos en el Gobierno, entre sectores moderados y alas extremistas. El ex primer ministro Lerner, quien fue clave para generar confianza en el sector empresarial, así como en la moderación del discurso socialista de Humala, fue reemplazado por un exmilitar retirado.
También fue ominosa la curiosa coincidencia de que Humala visitase Venezuela a inicios de este año, justo cuando se encontraba en ese país el presidente iraní, lo cual suscitó suspicacias entre analistas limeños y en Washington, de que, en el fondo, el verdadero propósito de ese viaje era una reunión secreta con Ahmadineyad y Chávez actuando como celestino. De igual manera, la asiduidad de delegaciones oficiales a Cuba también denota un creciente acercamiento al bloque chavista y, en este sentido, no se debe olvidar que desde las interferencias del mandamás venezolano en los comicios peruanos del 2006, ha quedado claro que Chávez percibe a Humala como una ficha en el tablero "bolivariano".
Avances y sombras. Frente a estos riesgos, es de gran importancia la atención de la comunidad internacional y, desde luego, de la oposición democrática peruana, en vigilar que el país no pierda el rumbo democrático. La líder del principal partido opositor, Keiko Fujimori, ha emprendido la tarea de modernizar su agrupación, tanto en el fortalecimiento y remozamiento del ideario como de la organización. Joven, sencilla y ponderada en sus juicios, en una reciente conversación en Washington nos dijo que si bien no genera votos inmediatos por tratarse de una inversión cuyos frutos se ven a largo plazo, su principal meta es fortalecer el sistema educativo público.
Keiko reconoce que los avances en la educación se traducen en oportunidades de superación y mejoría para los peruanos, aún agobiados por la pobreza, y también para la clase media. Considera asimismo primordial su papel en asegurar la competitividad del país a largo plazo. Ante mi pregunta sobre la relación con su padre, Alberto Fujimori, Keiko recalcó que respeta el vínculo familiar, pero repetidamente ha denunciado las numerosas acciones negativas e injustificables cometidas en su gestión, las cuales, de ninguna manera, acepta ni comparte.
Sin duda, Perú tiene aún importantes tareas pendientes en la edificación del progreso y el bienestar de su población. La educación es sin duda una de ellas, pues está ubicada 128 en el mundo, según el Foro Económico Mundial, y es claro que esto limita las posibilidades de avanzar en actividades económicas con mayor valor agregado y mejores salarios.
Con todo,una cosa es afinar el modelo que se ha seguido y otra, muy distinta, poner en riesgo los notables avances que de manera metódica ha venido cosechando el pueblo peruano en los últimos años.
Profundizar el modelo económico así como sus instituciones democráticas, son objetivos que el pueblo peruano debe resguardar con firmeza.