El próximo 1.º de julio, casi 80 millones de mexicanos elegirán a quien ocupe la Presidencia, a 128 miembros del Senado y a 500 diputados. Es de sobra conocida la sombra que plantea la violencia desatada por las organizaciones narcotraficantes en su lucha contra el Gobierno. Lo que no está en todas las noticias, aunque su impacto de largo plazo es más profundo, es que posiblemente estamos ante las primeras elecciones del país dominadas por una agenda política de clase media.
Hace 6 años, un candidato con posiciones radicales como Andrés Manuel López Obrador no solo estuvo a milésimas de alcanzar la silla presidencial, sino que además se dio el lujo de no reconocer el triunfo de su rival y recibir apoyos masivos para esa posición. Hoy, tercero en las encuestas, por detrás de Enrique Peña Nieto, candidato del PRI, y de Josefina Vásquez, abanderada del gobiernista PAN, López Obrador se ha visto forzado a dar un desesperado giro al centro en procura de mejorar sus perspectivas electorales. ¿Por qué las posiciones de centro son hoy las únicas con viabilidad electoral real en México?
La clase media. Puesto en términos simples, lo que está sucediendo es que a través del efecto acumulado de una serie de políticas económicas y sociales, el país ha logrado generar una incipiente pero creciente y amplia clase media, como señaló un reciente reportaje del Washington Post. Y esa clase media tiene un profundo interés en la continuidad de un modelo económico que incorpora políticas orientadas a la estabilidad y responsabilidad fiscal, la generación de oportunidades de comercio e inversión, así como la expansión de los servicios de educación, salud y de programas de combate a la pobreza.
Los datos son claros. La inflación promedio de México en la década anterior fue de solo un 5% al año contra un 19% anual en los noventa. Situación similar se dio con la devaluación promedio anual que se redujo de un 12% a un 3% entre ambas décadas.
Por su parte, la apertura de mercados le permitió exportar $350.000 millones el año pasado, una tercera parte de las exportaciones totales de América Latina y el Caribe. Y sus sólidas reservas internacionales ($114.000 millones) triplican el nivel de finales de los noventa.
Este entorno se ha traducido en un crecimiento anual de la producción del 4,6% en los últimos 10 años y en un incremento constante del PIB per cápita. En especial, estos resultados permiten combatir la pobreza estructural e indigencia que aún afectan más de una tercera parte de las familias mexicanas, según datos de Cepal.
En este capítulo, México también ha logrado avances, aunque no suficientes, ya que redujo la inequidad en la distribución del ingreso un 11% entre el 2000 y el 2010, según el coeficiente de Gini (de 54,2 a 48,1). Es de gran relevancia que el 40% más pobre de la población logró aumentar su tajada del ingreso total del país durante ese período (de 15,7% a 17,7%), al mismo tiempo que el 10% más rico de la población veía bajar la suya en más de una décima parte (de 33,3 a 29,7%). Esto es algo crucial de continuar consolidando para un país largo tiempo agobiado por su elevada desigualdad Los efectos del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA) también se han hecho sentir en estados que han logrado atraer altos niveles de inversión extranjera y fomentado la creación de líneas enteras de actividad económica con alto valor agregado que previamente no existían. Esto ha dado a las nuevas generaciones oportunidades y motivación de progresar en su propio país, sin necesidad de emigrar.
Apuesta por la educación. En ese sentido, el estudio México: sociedad de clase media, pobre no más, desarrollado aún no (Centro de Investigación para el Desarrollo A.C., enero de 2012), concluye que uno de los mayores aciertos de México fue apostar fuertemente por la educación en las últimas décadas. La cantidad de estudiantes universitarios y en secundaria se ha triplicado desde inicios de los ochenta a la actualidad. Paralelamente, se elevó la oferta privada de centros educativos, permitiendo que las nuevas generaciones reciban mejor educación que sus padres. Y en menos de dos décadas el país triplicó la inversión nacional en servicios de salud.
De esa forma, afirma el estudio, se ha transitado desde una sociedad estructuralmente pobre a una población capaz de transformar su calidad de vida por sí misma. Eso se refleja en indicadores indirectos, pero reveladores del surgimiento de una clase media extendida, tales como los niveles de consumo de alimentos, acceso a servicios, fuentes de financiamiento, y capacidad para invertir en casa propia.
Esto tiene profundas implicaciones económicas, sociales y políticas. En lo económico, una clase media robusta sería el motor que impulse el aparato productivo, algo aún más valioso en momentos de incertidumbre para la economía mundial. A nivel socioeconómico, esto proporciona una movilidad social fundamental para la estabilidad y para el fortalecimiento del consenso social para la defensa y fortalecimiento de la institucionalidad democrática.
Un sexenio atrás las incipientes capas medias de la población fueron el segmento decisivo para el apretadísimo triunfo de Felipe Calderón. Hoy están mucho más extendidas y todos los candidatos, incluyendo López Obrador, tienen plena conciencia de que todas las vías al palacio de Los Pinos pasan por la clase media. Para la consolidación y profundización de la democracia mexicana, no podría haber mejor noticia.