Daniel Ortega vive un sueño mágico. Tiene la ilusión de ser un dictador como lo fue Tacho Somoza. Su sed de poder absoluto marcha de la mano del autoritarismo de Tacho, fundador de la dinastía que durante décadas exprimió sin piedad a Nicaragua.
Tanto piensa en la figura de Tacho que Daniel ha llegado a conocer mejor que nadie el modus operandi del viejo déspota. ¿Cómo va aquella copla de que solo un paso separa al odio del amor?
Fue así como Daniel, hoy y todos los días, trata de medirse con Tacho, figura que ha orientado su vida pública desde que abandonó sus vestimentas revolucionarias por el saco y la corbata del mundo de los negocios. En este nuevo papel, ha debido darles el adiós a sus aventuras con una hija de su cónyuge, Rosario Murillo. Y, por esa coyuntura, Daniel ha quedado sometido a los dictados de su esposa, hoy a su lado como candidata a la vicepresidencia en las elecciones de noviembre.
Los amarres con Rosario también marcaron la transmutación de Daniel en un presidente empresario que ha abierto las puertas de su despacho al mundo de los negocios. De paso, así ha mejorado sus relaciones con Estados Unidos.
El broche de oro de la dictadura ha sido consolidar su control de las instituciones claves, empezando con el Congreso y seguido por los máximos foros de justicia: la Corte Suprema y los tribunales electorales y administrativos. Tacho le enseñó que el poder radica en la integración mayoritaria de esos pináculos con sumisos a sus órdenes.
Una ficha esencial del ajedrez orteguista ha sido el armamentismo, para lo cual Rusia continúa siendo la ubre indispensable. Modernos tanques, vehículos blindados y artillería de nueva generación han engrosado los ya nutridos arsenales del Ejército Popular Sandinista. A las preguntas del Departamento de Estado sobre este escalamiento, Daniel ha respondido sin rubor que es para combatir el narcotráfico. La pregunta quizás debió ser a quién o quiénes piensa intimidar.
De novela ha sido el canal transoceánico financiado por un inversionista oriental, pero necesitado de miles de millones de dólares adicionales. El hijo de Daniel supervisa la magna obra, que por cierto no arranca ni da muestras de que arrancará algún día. Entre tanto, el espejismo canalero abona la propaganda presidencial.
El realismo mágico del sueño de Daniel lo ha conducido a la gran ironía histórica del pueblo nicaragüense.