El Salvador es hoy reconocido por el dudoso honor de encabezar la lista de países con mayor mortalidad por homicidios del Hemisferio Occidental. Con más de 6.600 asesinatos el año pasado, esta nación con poco más de 6 millones de habitantes ha sido presa de la violencia entre pandillas que ha escalado con un ímpetu inédito desde el 2014. En ese año, un acuerdo de paz entre los dos mayores conglomerados criminales, El Barrio 18 y la Mara Salvatrucha MS13, se deshizo entre la sangre y lágrimas del acongojado pueblo hermano.
Este cuadro desolador ha sido recordado en recientes reportajes en la prensa norteamericana. Mucho de lo que se escribe es conocido. Lo que resulta sorprendente es la intensidad con que la violencia homicida se ha desatado, sobre todo en la capital. La Policía ha respondido con fuerza a los pandilleros y ha desplegado batidas a fuego armado.
Lamentablemente, la estrategia no ha conseguido prevalecer frente al desafío incesante de las bandas. Por cierto, las maras no son grupitos de bandidos como en las películas de vaqueros. Estamos hablando de miles de combatientes armados hasta los dientes.
Quizás lo más atinado sería procurar reconstituir la tregua del 2012, nacida de una iniciativa de sacerdotes y trabajadores sociales en las prisiones donde numerosos elementos de la jefatura de las maras estaban recluidos. El problema de fondo era entonces, y sigue siendo hoy, la competencia entre maras por drogas y "protección" de individuos, familias y hasta tiendas y otros establecimientos mercantiles. Como vemos, el asunto es de una escala insospechada.
Especialistas policiales urgen el aumento de investigaciones y, sobre todo, de inteligencia mediante agentes que puedan infiltrar los principales centros de mando de las maras. Pero lo principal sería ganar la confianza de la población civil, víctima primaria del azote criminal.
Sin embargo, la carne de cañón proviene de Estados Unidos, de las barriadas de inmigrantes centroamericanos en grandes ciudades como Los Ángeles. No en vano, la administración de Barack Obama ha escogido a Guatemala, Honduras y El Salvador como destinatarias de diversos programas de asistencia social y económica relacionados con las migraciones que incluyen hasta niños que procuran cruzar la frontera sur de Estados Unidos.
Este capítulo del problema resulta conmovedor, pues trae a la memoria grandes hecatombes como las guerras mundiales y su saldo humano desolador. Suerte al hermano pueblo salvadoreño en esta etapa trascendental que encara.