Antes de las recientes elecciones del 6 de noviembre, la Casa Blanca y el Senado de los Estados Unidos estaban en manos demócratas y la Cámara de Representantes en las republicanas. Tras una cerrada campaña, ese reparto del poder sigue siendo básicamente el mismo. El presidente Barack Obama logró reelegirse, pero los electores estadounidenses continúan mostrando una profunda división en el camino por seguir: eligieron, pero sin resolver de modo decisivo los grandes temas domésticos y externos.
El triunfo de Obama vino acompañado de una serie de limitaciones. No es solo por la realidad objetiva de que los republicanos siguen controlando la Cámara Baja, sino, también, porque el margen de su victoria no fue contundente. Visto por estados, el presidente ganó 26 y su contendiente 24.
Recordemos que en Estados Unidos cada estado es titular de cierta cantidad de votos electorales cuyo número global es crucial para cada candidato pues su total se antepone al voto popular.
Además, en estos comicios hubo una participación popular mucho menor que en 2008. En esta ocasión votaron 12 millones de personas menos que hace 4 años, aunque parte de esta ausencia podría atribuirse al impacto del huracán Sandy. Obama tuvo menos votos en total, y un margen de victoria mucho más estrecho que en la elección previa. De hecho, la campaña del presidente no planteó una visión general sólida (tampoco Romney) que recibiese un claro mandato en las urnas. Su triunfo se debió sobre todo al uso de mejores tácticas electorales.
Los republicanos, por su parte, quedaron obligados a un profundo autoexamen. Aunque lograron sostener su mayoría en la Cámara de Representantes, hicieron un mal papel en el Senado, donde cedieron dos asientos a los demócratas. Y si bien en la elección presidencial compitieron hasta el último minuto, es claro que no calaron en segmentos decisivos y crecientes del electorado.
Las enormes diferencias que obtuvo Obama entre los votantes de origen asiático y de origen hispano fueron claves para esta elección, y además anticipan un ominoso futuro electoral para los republicanos. Por ejemplo, en Colorado, 1 de cada 7 votantes fue de origen hispano, y Obama logró el voto de tres cuartas partes de ellos. En campañas venideras la proporción de votantes de origen hispano o asiático será aún mayor. Si los republicanos no logran desarrollar posiciones atractivas para estos sectores, sus perspectivas electorales seguirán en picada.
Negociación o parálisis. La división de centros de poder entre los dos grandes partidos hace inevitable que tengan que negociar sus diferencias.
La alternativa sería la parálisis legislativa, y penden cuestiones apremiantes por resolver.
En primer término, la economía crece a ritmo muy lento y el desempleo permanece en niveles muy altos. Esas circunstancias, de por sí difíciles, se agravan por la amenaza del llamado "precipicio fiscal": a inicios del 2013 expiran reducciones de impuestos acordadas en la administración de George W. Bush y, al mismo tiempo, cobran vigencia recortes automáticos del gasto gubernamental.
El impacto económico de estos recortes, con una economía que apenas camina, podría hundir al país en la recesión y con ello causaría impactos negativos en nuestra región y el mundo entero.
Estos recortes automáticos también afectarían programas que son "vacas sagradas" para uno u otro partido. Los republicanos no quieren ver recortados los gastos de defensa en $55.000 millones, ni los demócratas sufrir una baja del 2% en los pagos de Medicare. Por ello, ambos tienen incentivos para evitar esta situación, tanto por el daño general a la economía como por el efecto sobre programas que estiman indispensables.
El problema es que cada uno, a su vez, pone condiciones irreductibles que tornan casi imposible un acuerdo. Los demócratas no quieren ajustes en Medicare ni en el sistema de pensiones, ni los republicanos aceptan que aumenten las tasas de impuestos en ningún caso, ni siquiera porque expiren recortes existentes.
Además, el plazo para encontrar un acuerdo para un problema de esta complejidad es sumamente breve, pues, como antes señalamos, vence en enero del 2013.
Sería difícil esperar que republicanos y demócratas encuentren una solución aceptable para ambos. Lo más probable es que el único punto de acuerdo sea la necesidad de más tiempo para limar diferencias y terminar posponiendo la entrada en vigencia de los recortes automáticos.
Política exterior. En política exterior, el presidente también carecerá de una "luna de miel" política. Es previsible que el escándalo por el atentado terrorista en Bengazi, que le costó la vida al embajador y otro personal norteamericano en Libia, cobre mayor relevancia por los duros cuestionamientos en torno a la actuación del Ejecutivo. Tampoco la situación general en Siria muestra signos de mejoría y la postura de la Casa Blanca ha sido evasiva en este capítulo.
En esta lista de tareas pendientes, la respuesta a las ambiciones nucleares de Irán presenta particular complejidad para Obama. Las sanciones hasta ahora impuestas por Estados Unidos y sus aliados no han detenido a Teherán, y la situación se acerca cada vez más a un punto sin retorno.
Al Gobierno estadounidense no se le puede escapar que hay países como Argentina y Brasil, además de Venezuela, que han estado ayudando a Irán a eludir el impacto de las sanciones comerciales y financieras. En consecuencia, la Casa Blanca deberá decidir medidas para evitar esos desahogos a los ayatolás, al tiempo que considere pasos adicionales para frenar la obtención de armamento nuclear, como Obama ha prometido.
En ese contexto, la política exterior hacia Latinoamérica seguirá estancada, como hasta ahora. Tampoco sería de esperar que la Administración finalmente formule una reforma profunda de la política migratoria debido a los torbellinos internos que ello generaría.
En el mejor de los casos, Latinoamérica y el Caribe solo podrían esperar de la Casa Blanca una benévola indiferencia en la política regional, atareada como está en temas domésticos y en los problemas acuciantes de otros destinos geográficos. En este sentido, la reciente elección estadounidense tampoco alteró el statu quo imperante de cara a nuestra zona.