Los debates entre los candidatos a la presidencia de EE. UU poseen una larga historia y arraigo. Se remontan a 1858, cuando Abraham Lincoln y Stephen Douglas se enfrentaron en siete sesiones. Fueron encuentros sin moderador y cada uno sabía el tiempo disponible: una hora para abrir, hora y media para replicar y media hora para cerrar. Lincoln pertenecía al Partido Republicano y Douglas, al Demócrata.
Hoy, en contraste, los debates son acontecimientos muy organizados y diseñados para ser transmitidos por la TV. Hay uno o más moderadores, paneles de expertos y reglas de tiempo para los participantes.
Este desarrollo tuvo origen en los cuatro debates entre el senador demócrata John F. Kennedy y el vicepresidente Richard Nixon, republicano, en setiembre y octubre de 1960. Desde entonces, el matrimonio con la televisión ha sido valioso para los diferentes partidos.
El miércoles pasado se llevó a cabo el segundo debate entre los precandidatos republicanos que aspiran a llegar a la Casa Blanca en noviembre del 2016.
El número de postulantes (15) impuso dividirlos en dos bloques de acuerdo con su posición en las encuestas. Donald Trump estaba de primero, con trabas, debido a la limitación de no querer (o no poder) expresar ideas con suficiente amplitud.
Su discurso ha sido una concatenación de consignas muy breves y amenazas veladas.
Es interesante destacar cómo las preferencias de la ciudadanía estadounidense tienden a inclinarse por los candidatos que no son políticos. Esto se evidencia en la acogida que ha recibido el mismo Trump, además de Carly Fiorina y Ben Carson.
Fiorina, como sabemos, es una ejecutiva que ha estado a la cabeza de grandes corporaciones. Ben Carson es un neurocirujano infantil de gran prestigio profesional ya retirado.
En los actuales debates también participa un grupo escogido de políticos más jóvenes, sin acusaciones de conductas indebidas que suelen plagar a veteranos de esas arenas. El joven senador Marcos Rubio, de Florida, posee una historia personal de gran interés para su electorado con el cual comparte sus raíces cubanas. Agreguemos el nombre del senador Ted Cruz, hispano de Texas, sumamente popular en un estado clave en el diseño republicano.
En octubre se iniciarán los debates de los demócratas, además de otra ronda de los republicanos.
Los costarricenses debemos complacernos de que en nuestro país la tradición de los debates tomara arraigo también. A fin de cuentas, es una excelente vía para contrastar ideas y programas para la solución de los problemas nacionales.