Milan Kundera, con su pluma magistral, comentó alguna vez en una revista estadounidense los riesgos que corren los países pequeños cuando sus asuntos cruciales son solventados en los foros internacionales. Al rememorar el desmembramiento de Checoslovaquia por la Alemania nazi y las democráticas Inglaterra y Francia en la fatídica Conferencia de Múnich, en 1938, Kundera evocó cómo ese costoso póker se jugó a expensas de una pequeña víctima que angustiada esperaba en una distante antesala.
Décadas después de aquella trágica noche, persiste para algunos países pequeños el problema de que muchas veces ni siquiera logran acercarse a la mesa en la que los grandes, por tamaño o sagacidad, juegan con su futuro. Esta es la dura realidad que todavía encaramos a esta altura de la historia.
Persiste la invasión. De ahí la congoja que a muchos costarricenses nos embarga al observar cómo pasan los meses y Nicaragua continúa invadiendo y violentando impune nuestro territorio soberano en la isla Calero. Más aún, Daniel Ortega persiste en su afán de alterar el curso del río San Juan en ese punto, con serias consecuencias para nuestro país. ¿Estaremos ya más cerca de la mesa?
Muchos depositan sus esperanzas en la audiencia del martes próximo en la Corte Internacional de Justicia en La Haya. A la luz de la frustración experimentada con esperanzas anteriores, como las resoluciones de la OEA que Nicaragua olímpicamente ignoró sin que nada sucediese, conviene analizar cuidadosamente el curso de acción posterior a dicha audiencia y las circunstancias con las que deberá lidiar el país.
Claro que existe la posibilidad, remota por cierto, de que Nicaragua respete una decisión de dicha Corte que ordene precautoriamente desistir de las acciones de hecho que distorsionen el curso del río San Juan e incluso, supongamos, el retiro de tropas mientras se resuelve el fondo del asunto. ¿Pero qué sucedería si, como hizo con las resoluciones de OEA, Ortega ignora una resolución en esa línea? ¿O a la postre desobedece un fallo definitivo que no le guste? Debemos tener presente que todo apunta a que la intención de Ortega es utilizar este tema como trampolín para las elecciones presidenciales de noviembre en Nicaragua y, por tanto, hará todo lo posible para mantener viva y candente la invasión de nuestro territorio hasta entonces, como mínimo.
Resolución de la ONU. En tal caso, desde luego, se necesitaría una fuerte resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en favor de las aspiraciones costarricenses. Pero lograr esta maravilla demandaría una iniciativa diplomática de gran calado para tener siquiera posibilidad de éxito. ¿Estará el país, y en particular la Cancillería, preparado para superar los enormes retos que esto implica?
En primer término, este conflicto, pequeño para los estándares internacionales, no concita mayor interés de las potencias, como ya se ha comentado en esta página.
En segundo término, no es solo Ortega y su camarilla quienes están interesados en que no se resuelva el conflicto para de esa forma aumentar las citadas posibilidades electorales. Igual interés comparten los amigotes de Ortega en Caracas y La Habana. De seguro, Hugo Chávez hará todo lo posible para respaldar al único miembro centroamericano del ALBA, y lo mismo harán los Castro, poniendo a sus órdenes su formidable servicio diplomático.
Frente a estos obstáculos, ¿habrá ya acciones diplomáticas por parte de nuestro país que tengan la potencia, efectividad y visión de conjunto necesarias para superar esa fría realidad geopolítica?
Pifia monumental. Preguntamos porque vemos cómo persisten carencias que pueden pesar mucho en contra nuestra. Por ejemplo, ¿a qué obedeció que a la toma de posesión de la nueva presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, no solo no haya acudido la presidenta Laura Chinchilla, sino que tampoco lo hiciera el Canciller, dejando la representación oficial en el embajador en esa nación? Esto ocurrió a pesar de que el gigante suramericano no solo tiene mucho peso en la región y en el mundo, sino que además es miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
En lugar de aprovechar la ocasión dorada para efectuar un trabajo previsor a favor de nuestra tesis, más bien se cometió una monumental pifia. Esgrimir excusas fiscales serían pueriles en las actuales circunstancias.
Tener éxito en la difícil tarea de lograr que Ortega cese de violentar nuestro territorio, impone una gestión diplomática extraordinaria, quizás sin precedentes. Flaquear en este cometido nos hundiría en la antesala con todo lo que este desenlace implicaría.