Ver a Daniel Ortega en la reunión de los preclaros líderes de la Alternativa Bolivariana de las Américas (Alba) el 28 de junio último, en Managua con las vestiduras rasgadas en pro de la democracia y del retorno de Manuel Zelaya a la presidencia de Honduras, fue un espectáculo aleccionador. Lo acompañaban demócratas probados como Raúl Castro y Hugo Chávez, sin olvidar a jóvenes leones como Rafael Correa, quien pulió sus credenciales destituyendo a decenas de congresistas debidamente electos. También conmovió la rapidez conque estos dirigentes descubrieron las virtudes de la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos (OEA), a la que sólo tres semanas antes calificaban de babosada: Sólo en los anales bíblicos se registran conversiones más rápidas.
En semejante epifanía democrática, no sorprende que Ortega haya anunciado, finalmente, su intención de modificar la Constitución nicaragüense para poder reelegirse sucesivamente. Menos sorprende aún el mecanismo que escogió: la ya manida cuarta urna a la que tan mala reputación dio Manuel Zelaya. Como que estos cachorros del Alba reciben idénticas instrucciones desde Caracas y La Habana.
Por supuesto que estos nuevos demócratas tienen una visión propia de cómo deben desarrollarse las elecciones. Les encantan aquellas que tienen un resultado predeterminado, como sucede en los democráticos ejercicios de ratificación en Cuba. No en vano las autoridades hondureñas han decomisado, en la sede donde Zelaya tenía instalado todo lo referente a su proyecto de la cuarta urna, computadoras que ya estaban pre-alimentadas con los resultados de la encuesta que estaba impulsando, como lo informaron detalladamente los diarios hondureños La Tribuna y La Prensa. Uno de los documentos decomisados era un ejemplo clásico de los abrumadores resultados que tanto gustan a estos demócratas de fachada. Se trataba de la mesa 345, que tenía 480 papeletas válidas de un total de 530 emitidas. ¿Puede sorprender a alguien saber que la bicoca de 450 papeletas decían que Sí a la reelección y sólo 30 decían que No, para un resultado abrumador de 93,7 por ciento a favor de la propuesta de Zelaya y apenas 6,3 por ciento en contra, con lo que presumiblemente se clamaría un gran mandato popular a favor de las pretensiones de Zelaya?
Ésta es la democracia al mejor estilo de Ahmadinejad, una innovación que ha empezado a extenderse en la región a través de la fraternal relación del iraní con Chávez. Con el truco de las urnas móviles, pre-alimentadas con los resultados deseados, es que Ahmadinejad se robó las recientes elecciones en Irán, que todavía siguen desencadenando protestas en Teherán, a pesar de que la teocracia ha tratado de sofocarlas con una brutal y sangrienta represión. Incluso los mecanismos al servicio de la dictadura iraní no pudieron ocultar que en múltiples centros de votación aparecieron más votos depositados que la cantidad registrada de votantes y, por supuesto, a nadie sorprende que esto sucediera precisamente en los sitios donde Ahmadinejad obtuvo amplios márgenes de victoria.
Dada la firmeza de las convicciones democráticas de Ortega, tantas veces demostrada y ratificada, como en las últimas elecciones para la alcaldía de Managua un robo descarado que llevó a los países europeos a suspender su ayuda, es claro que estará muy interesado en adoptar esas innovaciones de Ahmadinejad. Siguiendo el ejemplo del iraní, las cuartas urnas estarán bien pre-alimentadas, con los resultados favorables deseados para demostrar que el pueblo nicaragüense ansía fervorosamente seguir contando con los distinguidos y probos servicios de Ortega y sus cuarenta socios, ojalá per secula seculorum.
Ésta es la democracia en que sí cree Daniel Ortega: un régimen de urnas mágicas que gracias al apoyo material proporcionado por Chávez, quien envió a Zelaya las urnas, papeletas y programas de cómputo para su particular consulta, siempre producen el resultado que al autócrata le conviene.