América Latina no es inmune a la crisis financiera mundial. Aunque gran parte de la región se ha beneficiado de un período de políticas macroeconómicas sólidas y altos precios de las materias primas, ahora enfrenta retos muy complejos.
Como manifestaron claramente los líderes mundiales en la reciente cumbre del G-20 en Washington, la turbulencia financiera exige acciones políticas coordinadas. Precisamente por eso, a mediados de setiembre, el presidente del Banco Asiático de Desarrollo, Haruhiko Kuroda, sugirió que un nuevo “Diálogo Asiático para la Estabilidad Financiera” podría ayudar a promover tal coordinación en esa zona.
América Latina necesita un foro similar ya que ningún país puede encarar la crisis financiera por sí solo.
Para reforzar la cooperación regional a fin de estabilizar los mercados financieros y capear la reducción de la actividad económica mundial, los países latinoamericanos deberían establecer su propio diálogo financiero bajo los auspicios del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esto no solo ayudaría a la región durante la crisis actual, sino que también proporcionaría un foro permanente, institucionalizado, para identificar y abordar futuros problemas. El BID está enfocado en el desarrollo del área y es altamente respetado internacionalmente, por lo que su patrocinio de un “Diálogo Latinoamericano para la Estabilidad Financiera” daría credibilidad instantánea al nuevo proyecto.
Foro permanente. La necesidad de tal foro debería ser obvia. En el más reciente informe sobre las Perspectivas Económicas Mundiales, a principios de octubre, el Fondo Monetario Internacional (FMI) observó que “América Latina ha sido cada vez más afectada por las condiciones turbulentas en los mercados financieros maduros, con precios de las acciones cayendo bruscamente, ‘spreads que se amplían de manera acentuada, acceso a financiamiento en dólares restringiéndose en forma considerable y tipos de cambio bajo presión, especialmente en países exportadores de materias primas que enfrentan menores precios de exportación”.
Algunos países latinoamericanos están mejor posicionados que otros para adaptarse a estos retos. Como el economista de Morgan Stanley, Luis Arcentales, señaló recientemente, “Chile parece estar en un nivel muy propio cuando se trata de estabilidad macroeconómica y la capacidad para seguir políticas que contrarrestan los ciclos económicos”. Es, además, uno de los cinco países latinoamericanos, junto con Brasil, Colombia, México y Perú, cuyos bancos centrales utilizan políticas monetarias ligadas a objetivos de inflación. En este grupo, las presiones inflacionarias han “sido en general más contenidas que en otras partes de la región y hay signos de estabilización o incluso decrecimiento en las expectativas inflacionarias” según el FMI. Venezuela y Argentina son ejemplos de lo contrario, y la caída en los precios de las materias primas evidenciará aún más el fracaso de sus fórmulas populistas.
En todo caso, política y económicamente América Latina es una mezcla heterogénea. La fortuna económica de muchos países centroamericanos y del Caribe está estrechamente ligada con la de los Estados Unidos, mientras muchos países suramericanos dependen más de los precios de las materias primas y el comercio con China y Europa. La crisis financiera y la evolución desfavorable de la economía mundial afectarán, por lo tanto, a diferentes países de diferentes maneras, pero toda América Latina se verá afectada.
Incluso Brasil. Como informa la revista The Economist, “Hace solo unos pocos meses la economía de Brasil estaba creciendo a su ritmo más rápido desde mediados de los años noventa, gracias a que los precios de las materias primas y el crecimiento del crédito se situaban en niveles históricos. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva declaró entonces, en forma tajante, que la ‘crisis de Bush‘ en los Estados Unidos no afectaría a Brasil”. Sin embargo, todo se ve muy diferente ahora que el crédito está escaso y los bancos se encuentran agobiados por una creciente ola de desconfianza generalizada.
Las dificultades de Brasil evidencian que ningún país latinoamericano será ajeno a la turbulencia global. La región se beneficiaría enormemente de tener un nuevo foro consultivo en el cual los decisores podrían discutir los remedios fiscales y monetarios más apropiados. Un “Diálogo Latinoamericano para la Estabilidad Financiera” respaldado por el BID aumentaría la comunicación diaria entre las autoridades financieras del área y mejoraría su colaboración.
Al crear un nuevo diálogo financiero, los Gobiernos latinoamericanos ayudarían a sus naciones a enfrentar la tormenta actual y también a prepararse para los desórdenes futuros en la economía mundial.