Finalmente, Washington logró un acuerdo nuclear con Irán. Esta meta ha sido considerada crucial por la Casa Blanca, a fin de restaurar la imagen política de Barack Obama, duramente golpeada por el convulso debut del programa de salud conocido como "Obamacare". Por su parte, Irán necesitaba de este convenio para aflojar las cuerdas de las sanciones económicas.
Esta versión ha tomado fuerza con las noticias del drama en Ginebra, complicado cada día por el regateo con Irán. La poca confianza que inspiran Irán y su ayatolá supremo ha sido ampliamente confirmada por los insultos frecuentes contra Estados Unidos, Arabia Saudita e Israel que suelen dominar la retórica de Teherán.
Desde luego, el desenlace de los acuerdos iniciales será clave para un posible segundo trato de mayor plazo. De existir bemoles en la conducta de Irán, adiós a esta aventura nuclear. Como declaró en forma tajante el senador demócrata de Nueva York, Charles Schumer, Irán deberá enfrentar un diluvio de nuevas sanciones que ya arde en el Capitolio.
Este desenlace ha sido acelerado por el impacto negativo del acuerdo de Ginebra en centros sensibles de Estados Unidos y algunos aliados europeos. Dirigentes demócratas y republicanos en el Capitolio ya anunciaron que, cuando el Congreso retorne a sesiones en diciembre, el capítulo de las sanciones tendrá prioridad.
Las críticas de la prensa al acuerdo con Irán anuncian la batalla. Importantes medios han objetado el pacto y señalan que encara una dura oposición. A su vez, otros medios de prensa critican la superficialidad de las reducciones en las estructuras nucleares iraníes contempladas por el pacto. Hay, además, quejas por el monto financiero – $7.000 millones– que Estados Unidos y sus socios se obligaron entregar al régimen, originado en multas y otros cargos derivados de las prohibiciones comerciales, en especial del petróleo.
Sobre el efecto de las sanciones, Washington ha dicho y repetido al mundo que, de generarse quebrantos iraníes durante la liberación parcial de las barreras financieras y comerciales concernientes a Irán, dichas sanciones también podrían revertirse de inmediato. En particular, mucho se ha especulado en torno a un nuevo acuerdo que se negociará para que tome vigencia al cabo del plazo convenido para el presente acuerdo, o sea, seis meses.
Amigos y aliados de Estados Unidos han advertido que las penas impuestas a Irán por incumplir sus obligaciones no podrían revertirse con la celeridad sugerida por el vocero de Washington. La libertad de acción de Estados Unidos está subordinada a la unanimidad de las potencias aliadas. Esta táctica es de sobra conocida por Irán, que tratará de crear divisiones, ofreciendo, por ejemplo, jugosos contratos a potenciales disidentes. Para Irán, experto negociante de los bazares, esta clase de tramas forma parte de su tradición comercial.
Sin duda, son muchos los riesgos que asoman. Quizás, en este debate, la historia reciente podría ilustrar el camino y destino de convenios de todo color y precio. El más frecuente que se menciona es el de Corea del Norte, cuya habilidad ha sido notoria en negociaciones que se remontan varias décadas.
Por su parte, Estados Unidos se involucró en una serie de mecanismos internacionales que destacaban la cooperación y experiencia de potencias europeas, pero, principalmente, de Estados Unidos. Cada ejercicio de esta índole implicaba dádivas millonarias para que los proletarios norcoreanos se dignaran sentarse con los capitalistas occidentales.
Una relación de los innumerables episodios de desengaños llenaría incontables recuentos de frustraciones. Ahora, Irán, con serios problemas económicos y ahogado en deudas, se aboca a seguir las enseñanzas de sus amigos norcoreanos.
Un ejercicio diplomático serio es preferible a cualquier guerra. Lamentablemente, el actual capítulo guarda incertidumbre y serios riesgos. Esperemos que quienes llevan la brújula occidental no se hagan ilusiones. A este respecto, destaca el celo con que las potencias capitalistas que ahora negocian con Irán, revisan con lupa cada coma y punto de los documentos. Nada malo hay en esto. Sin embargo, si esta rutina distrae la atención en torno a la mentalidad del jefe supremo, el ayatola Khamenei, por mal camino andamos.
Khamenei fue discípulo del archienemigo de Occidente, Jhomeini, quien desató la pesadilla sobre los rehenes. ¿Se puede confiar en la buena fe de quienes profesan un fascismo autoritario y aborrecen la democracia?
Perder esta perspectiva amenazaría convertir las negociaciones de alto tecnicismo en un campo minado.