El presidente Donald Trump inició el domingo la primera de las dos administraciones que tiene anticipadas y que son permisibles, según lo hizo saber a los medios de comunicación con cara de seriedad. ¡Qué curioso! Apenas empieza su primera gestión y ya nos advierte que se propone ejercer durante dos períodos consecutivos completos, es decir, ocho años. ¿Y las elecciones para su segunda administración?
Por el momento se nota una cuasi tregua con la prensa, pero sabemos que con una figura como Trump, de cara a la tesonera misión de los periodistas, difícilmente podría plasmar un armisticio de esta índole. Y, para beneficio de la democracia, mejor que así sea.
El domingo por la noche juramentó a su staff de la Casa Blanca, bien nutrido de generales. De los miembros del “gabinete”, los principales aún necesitan despejar algunas nubecillas en el Senado norteamericano, mas no se anticipan trabas mayores.
Debemos conceder que con Trump casi todo es posible. Aunque declaró a lo largo de la campaña que la reglamentación para el ingreso de migrantes a Alemania no servía, sabe que doña Ángela Merkel manda en Europa. Y, aun así, no ha tomado –que se sepa– la iniciativa de formalizar una reunión con ella. En realidad, su política trasatlántica, si existe, se ha mantenido en la penumbra.
Los claroscuros de su misterioso proyecto de Gobierno han llamado la atención de los analistas en ambos lados del Atlántico. Los amigos y voceros de Trump reclaman que juzgarlo a las pocas horas de su juramentación es injusto y hay que darle tiempo y espacio para responder a todas las preguntas y aclaraciones que se le han dirigido.
Es posible, pero resulta muy difícil concebir a un presidente de Estados Unidos que no sepa articular una breve contestación sobre un tema vital para su país. Al fin de cuentas, sobre la alianza con Europa Occidental se ha erigido un monumental comercio y un extraordinario mecanismo de defensa colectiva, la OTAN, que incluso involucra armas nucleares. Nada más eficaz ni rotundo se pudo haber forjado.
Trump, además, es un adherente del proteccionismo comercial. Como lo ha repetido a voces durante su campaña, se apresta a imponer una tarifa del 35% de sobrecargo a las importaciones provenientes de aquellas empresas que no han atendido sus llamados a trasladar sus mayores operaciones (por número de empleados) del extranjero a EE. UU. Y no se trata únicamente de automóviles. ¿Hasta donde llegará esta tirantez? ¿Qué más tirará por la ventana?