No recordamos haber visto tan entusiasmado al presidente Obama con un acuerdo de apertura comercial como ahora. El mandatario demócrata afirma que el Tratado Transpacífico de Asociación Económica (TPP por sus siglas en inglés) es crucial para EE. UU. Otros 11 países, entre ellos Japón, Singapur, Australia, Malasia, Vietnam, Chile, Perú y México, integran la magna asamblea del convenio. De integrarse Estados Unidos, el conjunto representaría el 40 % de la economía mundial y el 33 % del comercio global.
El entusiasmo de Obama se justifica. Estamos hablando de un comercio amplio y sin exclusiones. La motivación del mandatario no es súbita, en el 2009 Washington se había encarrilado ya por sus metas y compromisos. Sin embargo, en la recta presente ya no hay secretos y los estudiosos serios y conocedores apoyan la decisión y la motivación de Obama.
Sin embargo, un acuerdo de esta magnitud no perfilaba eximirse de las pasiones del Capitolio ni de la hostilidad de las poderosas centrales sindicales. Los fuegos se rompieron la semana pasada con la tradicional petitoria del fast track (vía rápida) que le permitirá al presidente negociar directamente sin que el Congreso pueda inmiscuirse para demandar cambios. Esto no quiere decir que los legisladores no puedan rechazar el acuerdo final en su oportunidad.
La petición no obtuvo el respaldo esperado del Senado, donde un equipo de legisladores demócratas se rebeló y no se consiguieron los votos para sellar la vía rápida. Dos días después, se reversaron los votos necesarios y se aprobó la medida. Para este final se requirió la intervención del presidente y una cena en la Casa Blanca. Así, de manera tortuosa, caminan muchas veces los asuntos legislativos.
Pero, de vuelta al fast track, la gimnasia necesitará un empuje inquebrantable porque tratándose, al fin de cuentas, de una ley, demandará una votación plena del Senado y la ratificación de la Cámara de Representantes, donde los demócratas intransigentes harán fiesta. Aunque hay mayorías republicanas en ambas Cámaras, los disparos provendrán del núcleo belicoso de los demócratas. No obstante, su obstruccionismo en este tema de la vía rápida luce dudoso.
El clamor de guerra es harto conocido. Una avalancha de productos y servicios más baratos se traducirá en una pérdida de empleos en EE. UU. Esa será la consigna de la batalla extramuros, la lucha en la prensa y los foros públicos. No creemos que el alboroto frustre un convenio final que conviene a las grandes mayorías ciudadanas. En fin, Obama sabrá sortear estos obstáculos mayúsculos si concreta la ayuda de las filas republicanas. Esperamos que así sea.